martes, 4 de junio de 2013

Desde la fábrica en Tijuana: Competencia en un México sin justicia.

Me parece que, tener compromiso con nuestra vida implica tener compromiso con la vida de todos, especialmente con aquellos a los que se les niega su derecho a una vida digna, mirar al otro como hermano o hermana, como parte de nuestra propia vida, sumarse a la voz que exige justicia. Es fácil decirlo, hacerlo no siempre podemos, lo importante es siempre intentarlo.

Nos hemos sumergido en una de las experiencias más hondas que acontecen en la vida cotidiana de una inmensa cantidad de mexicanos, el  trabajo en una fábrica, estuvimos en Tijuana, el rincón donde rebotan los sueños, en donde se maquilan las ilusiones de otros, los del norte principalmente. Sudores que no ven recompensa, más que un salario pobre. Hombres y mujeres con manos callosas y duras o con huesos cansados, a pesar de las cortas edades de algunos, por el duro trabajo. Otros con esperanzas mutiladas por aquellos quienes pretenden dirigir nuestras vidas desde sus cómodos escritorios.

En aquellas zonas industriales de la ciudad, pude contemplar y constatar el gran desempleo y marginación que existe en nuestro país. Tanta gente esperando una oportunidad de trabajo, haciendo fila, siendo rechazados, unos por su poca habilidad, otros por su inexperiencia o incluso por su aspecto. Eso, entre otras cosas, ha propiciado que en algunos, no en todos, se dé una dinámica de competencia constante, de división, de lucha del más apto, el más fuerte, el más listo. Existe un constante desafío para probar quién eres y de qué eres capaz. Una constante comparación de unos con otros. Una competencia por manifestar nuestras capacidades, por reafirmarse a sí mismo y saber lo que valemos en la medida de lo que el otro pueda o no pueda, sepa o no sepa. Un esfuerzo por demostrar quién es el “machín”, el mero mero, y también por ubicar al menos hábil, dándole gusto al patrón para incrementar su producción y nulificando con todo esto la acción y las palabras de aquellos obreros que exigen mejores condiciones laborales pues ven y viven en carne propia la injusticia del sistema de producción y competencia.

Ha sido verdaderamente una experiencia que ha tocado nuestras limitaciones, para reconocerlas y aceptarlas con humildad, valorar nuestras capacidades, y reconocer las de los demás. También ha sido una experiencia para compartir la vida misma. Compartimos el barrio en una de las colonias más populares de Tijuana, dentro de la fábrica hubo tiempo para el compañerismo, donde una de las formas más comunes de relacionarse, la más básica y singular, pero más esencial y fundamental, es la de compartir el alimento para hacer comunidad, comunidad de trabajo, que alimenta en el fondo la perspectiva de una vida más justa a pesar de los gritos y ofensas de los jefes, esos pequeños reyezuelos del garrote. Siempre he denunciado las dinámicas opresoras de los que están arriba, de algunas autoridades civiles injustas, o de los empresarios que explotan a los trabajadores, pero creo que la mayoría de nosotros, de algún modo u otro, en ocasiones queremos estar por encima de quien podamos.  Me he dado cuenta que en la medida que descubra esas mismas dinámicas en mí mismo, y luche con ellas, podré denunciarlas y luchar con quienes atentan contra la dignidad humana a una mayor escala. 

La lucha por la vida se deja ver en el pobre, en el que es explotado laboralmente, en el que trabaja horas extras para alimentar a sus hijos, en el que deja los estudios porque tiene la primordial necesidad de alimentarse, de aquel que ha sido despojado de todo derecho, de todo privilegio, de toda oportunidad de tener una vida más integra, más estable, más feliz. Esa lucha por la vida nos grita silenciosamente a todos cada día, para ser ecos de su voz, para sumarse al grito que pide un México más justo, dónde los obreros y obreras tengan una vida con todas las posibilidades para desarrollarse integralmente.

13 junio, 2011






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