Es el huracán de los días de tormenta, recostado sobre la alfombra, a tu lado, abrazados, contagiando el aire de su olor a tiempo. En este mar escondido entre cuatro paredes, cuyo oleaje se evapora mientras hablamos y sólo mi estómago se aquieta con una música de pianos y tambores.
Mis manos se apestan a tabaco incinerado. Suerte del humo que se va al cielo y mira todo desde arriba, ensuciando las narices, nublando la vista y las conciencias.
Y los ladridos quietos inundan mis oidos, es lo único que escucho, es lo único que retumba, es lo único que sé, por ahora...
Enero 2004
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