lunes, 27 de octubre de 2014

NO NOS FALTAN RAZONES

Desde la madriguera, encarnada en el centro de los huesos, hasta el relieve de los días más oscuros. Desde la palabra tímida y la voz quebrante hasta los temblores y sus sudores. Desde que nos separaron de nuestros testigos, nos amordazaron las manos y nos hicieron atragantarnos de miedo. Desde que quemaron nuestros pies y dispararon en nuestras frentes. Nos sobran razones.

Desde que nos arrancaron las ropas y nos ultrajaron. Desde el soez aburrimiento de la línea y la lejanía. Desde que las manos se llenaron de callos y los bolsillos de aire. O cuando nos han gritado que la tierra y el cielo no son nuestros, que ya no podemos sembrar ni en la tenue grieta de las noches. Desde entonces, nos sobran razones.

Desde que se apoderaron de nuestras palabras para empacarlas y venderlas, despojadas de su hondura que atizaba el camino y lo limpiaba de piedras. Cuando se apoderaron de las ruedas para acostarnos en el fango. Desde que nos señalaron, juzgaron y difamaron y su mendacidad la reparten en pasillos, espectaculares y noticieros. Nos sobran razones.

Nos sobran razones para no callar, para tomarle el pulso a nuestro deseo, para no santificar las fiestas, sino bailarlas y cantarlas hasta que se nos venga el sol encima. Nos sobran razones para salir a las calles y pintarlas con nuestros versos, para agotarlas con el peso de nuestras intuiciones, para suturarlas con los gritos que exigen que se vayan los pseudotesoreros de la verdad o la justicia.

Nos sobran razones para reconstruir con el puño en alto y el martillo en el otro. Para hacer que el camino sea un horizonte y no una escalera. Nos sobran razones para creer más en nosotros mismos y en nuestra música que en sus "ismos" disfrazados de utopía. Nos sobran razones para oponernos a sus discursos y a la vorágine de sus ambiciones.

Nos sobran razones para disipar la sobriedad del corazón, para dejar de encubrir el tiempo, para combatir su frialdad, su desamor y el veneno de su desprecio. Nos sobran razones para decirles una y mil veces: YA NO, YA NO, YA NO...



Vivos se los llevaron


Se los llevaron. Vivos se los han llevado los esbirros que secuestraron la justicia, los patronos de la impunidad, los cómplices de tanta pinche desgracia. Se los llevó la policía, el alcalde, el gobernador, el presidente.

Vivos se llevaron a Jorge, a Felipe, a Saúl, a Marcial, a todos. Se los llevaron por el camino de la ausencia, borroso y desdibujado. Ya no están en la escuela, ya no están en su casa. Vivos nos están llevando a todos porque nos prefieren perdidos, irreconocibles, nos están arrancando el rostro porque le apuestan al olvido de nuestros nombres y de nuestro tiempo.

Nos quieren condenar al miedo, a recorrer los patíbulos de la desesperación, a dormir sin cerrar los ojos. Nos quieren con medio pie en el sepulcro para amordazar nuestro pecho, nuestro aire, porque creen que el miedo nunca se olvida, porque creen que el ruido de sus balas es más fuerte.

Lo que no entienden, es que vivas están las voces que denuncian el hartazgo de esta prepotencia de la fuerza, de esa absurda prerrogativa de la crueldad. Vivas están las palabras que tanto quieren enterrar.

Vivas están las manos que no se dejan congelar por el pavor, que no cesan de acariciarse, de sentirse, de estrecharse. Vivos los brazos que se abrazan y los pies llenos de furia que caminan juntos. Vivos estamos y vivos seguiremos.

No se llevarán la vida nunca más. 

Vivos se los llevaron, vivos los queremos ya
#TodosSomosAyotzinapa





viernes, 14 de febrero de 2014

Ya no hablamos de amor


Hace ya mucho tiempo que nos quedamos callados, pecamos de largos silencios. Nunca nos gustaron las melindrosidades, ni nos prometimos polvo de ningún tipo de estrella o constelación alguna. Nunca fuimos tan sublimes el uno para el otro, sólo un hombre y una mujer que se encontraron, que se miran a los ojos antes de dormirse, que les tiembla la voz cuando se hablan. Estuvimos siempre conscientes de que las cosas cambian, los tiempos, los cuerpos, los sentimientos, las actitudes, los pensamientos, el deseo. Ya han pasado algunos años, la vida se ha hecho algo rutinaria, sedentaria, monetaria, gravitatoria.


Detrás de los largos ratos de mutismo están las cosas del corazón que ya no digo porque considero no necesario decirlas siempre o a cada rato. Probablemente mi arrogancia me hace estar seguro de que ya no necesitas escucharlas porque las sabes, podría ser que me esté equivocando de tacto, no lo sé. Creo que podría pasar lo mismo contigo. 

Nuestras muestras de afecto se reducen a lo más básico, tomarnos las manos, besarnos, dormir juntos, compartirnos. Nos sabemos libres, sin necesidad de llenar los huecos que la vida nos ha dejado, sin necesidad de apagar la luz en ningún momento. Todos los días haces lo tuyo, yo hago lo mío, nos ayudamos y lo seguimos haciendo bien. Nunca te fue necesario buscar en mí seguridad de ningún tipo, no nos sujetamos nunca a ideas externas o a teorías revolucionarias, tratamos de comprender el amor, nuestra relación, nuestro tiempo, pero más que entenderlo y desmenuzarlo lo sentimos, lo vivimos.

Siempre me sorprende tu constante inquietud, tus pasos, tus libros, tu música, tu alegría, tus miedos, tus incertidumbres, tu capacidad crítica, tu madurez, tu trabajo, tus enojos, creo que después de tanto tiempo ha sido la capacidad de asombro la que nos mantiene juntos. 

Y así, sin ningún oprobio, sin ningún instinto arcaico, sin ninguna conspiración de los tiempos modernos, sin ningún velo de sospecha, contención, dominio o freno, ni prejuicio de la razón o naturalismo inscrito en la piel, te admiro, te observo la sonrisa y el paso de los años en tu cuerpo y en tu rostro y eso me hace feliz. 

De algún modo hemos sustituido las palabras cuando estamos juntos, nos hemos quedado callados porque tú y yo hemos encontrado otra forma de comunicarnos. Y eso nos hace felices. 


(En algún momento, en algún lugar.)


lunes, 3 de febrero de 2014

Palabras sin recortes





En esta hora de la noche las palabras son tan tuyas.
Son tan diferentes a las que dices por las mañanas
o a las que murmuras en las madrugadas.

Es como si a cada palabra le quitaras los bordes
y las confeccionaras con una medida exacta.
Suenan como si sólo me estuvieras sonriendo,
como si la elocuencia fuera el hermoso silencio de tu cuerpo
que no necesita ninguna clase de recorte porque
es tan acabado, tan tuyo.

Y he de confesarte que esta hora,
cuando me hablas y yo te escucho,
cuando te perteneces tanto a ti misma,
es mi favorita del día.