martes, 27 de agosto de 2013

Mi dulce dolor de muelas

Tuve un dulce dolor de muelas que me duró casi 12 años, que me agrietó desde el nervio dental, pasó por mi espina dorsal y dobló mis metatarsianos. Era tan intenso que retumbaba en las paredes y mi familia se angustiaba. Yo la verdad lo disfrutraba, sentía una especie de extraño placer mientras mi lengua se frotaba con mis molares y bebía mi propia sangre. ¡Qué lindos ojos tenía el dolor más intenso! Ninguna dentista pudo aliviar las noches largas, ni los gritos que el silencio provocaba dentro de mi boca, algunas dosis de morfina sin efecto, algunos trucos de magia de magos obsoletos y olvidados, un par de refugios llenos de ratones de los dientes y uno que otro gato, pero nada. Un día, así nada más, el dolor cedió, se escondió, se fue, se desterró o lo desterré, yo que sé, ahora ya no duele sonreír, ¡Por fin! Creo que tendré que sacarme la muela por si algún día decide regresar.




miércoles, 21 de agosto de 2013

Uno no tiene la culpa

Algo me ha enseñado la vida, que hay que saberse a uno mismo, con todas sus posibilidades e imposibilidades y hacer lo que se pueda, también me ha enseñado que existe gente que le genera culpa, ansiedad o miedo o algo en el alma, su ausencia de libertad para reconocerse, para asimilarse, para asumir su rostro, su pequeñez, las ausencias o carencias de su fugaz existencia, y cuyo salvamento pueril para asirse a la vida es su conciencia ministerial y moralista de lo correcto y lo incorrecto, sus prejuicios racionalistas que les dictan manuales de cómo se deben hacer las cosas y su mirada policiaca, y por lo tanto estrecha, pendiente siempre de lo que otros hacen o dicen. Pero la verdad es que uno no tiene la culpa.